Catedra Libre José Martí



"Trincheras de ideas valen más que
trincheras de piedra" José Martí

Pensar Nuestra América hoy es pensarla en medio de su encrucijada histórica; es hurgar sin tapujos entre el miasma de la crisis civilizatoria del capital y la invención germinal de nuevas aspiraciones emancipatorias; es repensar, sentir e imaginar nuestra tierra y nuestra historia desde abajo y a la izquierda. La Cátedra Libre José Martí intenta ser un humilde aporte en esta ambiciosa tarea que no puede sino ser empresa colectiva de nuestros pueblos.
Esta Cátedra Libre se pretende entonces parte constitutiva de un proyecto militante: la de todos aquellos que no nos contentamos con interpretar el mundo sino que soñamos con transformarlo. Pensar hoy las condiciones de posibilidad de esa transformació n en Nuestra América demanda revisar, recrear y criticar nuestras tradiciones populares y revolucionarias, recuperar nuestras luchas fundantes y los anhelos libertadores de nuestros pueblos, acompañar de cerca (con la reflexión pero también con la acción) las más avanzadas experiencias políticas de los oprimidos del continente. Para encarar semejante tarea nos parece saludable evitarnos la construcción de próceres inmaculados y de escrituras sagradas, pero también esquivar el superficial ilusionismo posmoderno de un presente perpetuo que nada tendría que aprender del pasado ni nada que prefigurar hacía el futuro.
Nos proponemos explorar la convulsiva coyuntura histórica a que el capitalismo ha llevado hoy a toda la humanidad, indagar en la profundidad de la crisis actual, y aún más, en la propia polisemia de la palabra “crisis”, en sus significados más profundos. Nos proponemos también recorrer este camino, junto con nuestros compañeros intelectuales, docentes y militantes populares que colaboran en este seminario, tomando como anclaje central las resistencias que nuestros pueblos han construido, las voces que los subalternos de todo el continente hemos alzado contra la ofensiva de los poderosos, las incipientes construcciones alternativas que prefiguran la posibilidad de otra política y de otra socied
ad.
El combate por otra sociedad se da en las calles pero también en la deconstrucció n del sentido común dominante y en la construcción de una nueva hegemonía político-cultural desde las clases populares. Este seminario se piensa a sí mismo como parte de esa praxis emancipatoria y nuestra práctica lejos está de pretender situarse desde un saber especializado y supuestamente “verdadero”. Una hegemonía desde abajo se construirá desde la reflexión y las múltiples prácticas militantes del campo popular, será siempre invención de un intelectual colectivo, insurgente y liberador.
NUESTRA AMÉRICA:
La dignidad rebelde
Crisis, resistencias y Socialismo del Siglo XXI

Encuentros

13 de mayo Marcelo T. de Alvear 2230 – 21hs aula 100-
América Latina ante la crisis civilizatoria. El papel de los estados y de los movimientos sociales
Invitados: Omar ACHA, Alcira ARGUMEDO, Mabel THWAITES REY

20 de mayo Marcelo T. de Alvear 2230 – 21hs aula 100-
EZLN y MST de Brasil: la autonomía insurgente y el poder (hacer)
Invitados: Néstor KOHAN, Claudia KOROL, Hernán OUVIÑA, Guillermo ALMEYRA

27 de mayo Marcelo T. de Alvear 2230 – 21hs aula 100-
Soberanía estatal, protagonismo popular y Socialismo del Siglo XXI en Venezuela
Invitados: Hugo CALELLO, Aldo CASAS, Julio GAMBINA, militante del PSUV

3 de junio Marcelo T. de Alvear 2230 – 21hs aula 100-
Movimientos sociales, indigenismo y nuevo Constitucionalismo en Bolivia
Invitados: Juan HERNÁNDEZ, José SEOANE, Maristella SVAMPA

10 de junio Marcelo T. de Alvear 2230 – 19hs aula a confirmar-
De la resistencia a la hegemonía alternativa, ¿cómo pensar hoy un proyecto emancipatorio desde Nuestra América?
Invitados: Atilio BORON, Daniel CAMPIONE, Claudio KATZ

INSCRIPCIÓN y BIBLIOGRAFÍA
catedral
ibrejosemar ti@gmail.com




















1er encuentro:
América Latina ante la crisis civilizatoria


A continuación posteamos los textos de Mabel Thwaites Rey, Alcira Argumedo y Omar Acha que nos han propuesto para este primer encuentro. Esperamos con ello aportar herramientas para el debate y nuestra formación buscando así interpelar(nos) y disparar en nosotros una profunda reflexión sobre nuestra América. Sobre nuestro pasado, nuestro presente y principalmente sobre los horizontes de nuestro futuro...

AUTONOMIA: ¿MITO O POSIBILIDAD PARA LA CONSTRUCCION DE PODER POPULAR?

Por Mabel Thwaites Rey

NEOLIBERALISMO Y PROTESTA SOCIAL

La larga hegemonía neoliberal de las décadas de los 80 y 90, además de sus desastrosos efectos sociales, ha impactado de manera decisiva en las prácticas concretas en torno al poder y, como no podía ser de otro modo, sobre su forma de concebirlo y enfrentarlo. Lo primero a señalar es que la noción de poder, en su acepción mas corriente, remite a los formatos en que se expresa la capacidad de hacer o de imponer la propia voluntad en los colectivos sociales. En términos políticos más acotados, el poder tiene que ver con las formas de autoridad y dominación que se inscriben en el Estado y, como contracara, con las prácticas populares que se proponen impugnarlo, contestarlo y construir alternativas al capitalismo “realmente existente”.
A partir de la expansión de la “globalización” neoliberal, se puso fuertemente en cuestión el Estado-nación, ya no sólo en cuanto a su tamaño o formato, sino a su funcionalidad con relación al mercado mundial. Y si esto es relevante para el conjunto de los estados nacionales, respecto a la periferia capitalista adquiere una dimensión crucial. Las políticas neoliberales, que corroyeron las bases económicas, sociales, políticas y culturales de las débiles democracias latinoamericanas, tuvieron como eje la más flagrante subordinación de los estados nacionales a la lógica de circulación y acumulación del capital a escala global (Borón, 2000). Esto implicó un acotamiento inédito de los márgenes de acción estatal para formular políticas públicas y, correlativamente, un resurgimiento, desordenado y contradictorio, de las prácticas sociales encaminadas a enfrentar o resolver los problemas planteados por la deserción estatal.
El proceso de reforma estructural encarado en gran parte de los países de América latina, y especialmente en la Argentina por el gobierno de Carlos Menem (1989-1999), acentuó las desigualdades sociales y económicas de gran parte de la población de la región, aumentando a niveles sin precedentes la desocupación, la pobreza y la marginalidad social. En la Argentina, las consecuencias de la apertura económica indiscriminada –ligada a la sobrevaluación del peso-, la privatización de los servicios públicos y del sistema jubilatorio, y la descentralización de funciones básicas como la educación y la salud, implicaron un cambio radical en el mapa social del país. El remate se dio con el colapso del régimen de convertibilidad, que desde 1991 había logrado una precaria estabilización de precios equiparando el dólar al peso. La salida caótica de este régimen ya agotado, impuesta por el FMI, los acreedores externos y la administración de George Bush, provocó una brutal devaluación y la caída en default de la deuda pública, y llevó los índices de pobreza a un inédito 57% de la población. Todo esto tuvo un impacto muy grande sobre las formas clásicas de concebir la lucha política y la protesta social que, a su vez, se engarza con los cambios operados a escala mundial (Thwaites Rey, 2003).

-texto completo-



ACERCA DE LA CRISIS

Por Alcira Argumedo

El derrumbe de los mercados financieros de Wall Street en septiembre del 2008 y la velocidad con que se propaga la crisis, afectando la economía real norteamericana y la de los países del Norte, indican que no estamos simplemente ante un problema financiero o económico. Enfrentamos un punto de inflexión histórica; un cambio de época donde la complejidad de los factores que confluyen en su estallido, plantea opciones civilizatorias. La magnitud de los acontecimientos marca la necesidad de formular una mirada de largo plazo, con el objetivo de desentrañar la conjunción de procesos que se irían vertebrando desde el fin de la Segunda Guerra Mundial; y actualmente culminan con un escenario internacional que en seis décadas exhibe giros históricos de grandes dimensiones.


La crisis de fines del siglo XIX

La presente debacle tiene puntos de similitud con la crisis de sobreproducción de las potencias capitalistas centrales, entre 1873 y 1895, con algunos años intermedios de tenue recuperación. El acelerado crecimiento industrial de Alemania, Estados Unidos y Japón, comienza a disputar el poder hegemónico y los mercados a los imperios coloniales hasta entonces predominantes: Inglaterra y en menor medida Francia. De este modo, la razón principal se encuentra en el paulatino cambio en las relaciones de poder mundial, debido al surgimiento de nuevas potencias, que alcanzan protagonismo en el contexto de la tercera etapa de la Revolución Industrial. La producción en masa del conjunto del sistema imperial-capitalista, generaba una cantidad de productos y servicios significativamente mayor a la que podía ser absorbida por los mercados existentes y los precios bajaron en promedio un 40%, afectando con dureza los beneficios empresarios así como los índices de ocupación y los salarios. Lo cual revela su carácter de crisis de sobreproducción por carencia de demanda, derivada de la estrecha dimensión de los mercados a causa de la concentración de riquezas en los polos metropolitanos, sumada al despojo y la indigencia de las grandes mayorías sociales de la periferia. La acumulación de capitales provenientes de la expansión imperialista y del nuevo reparto del mundo -contracara de la Paz Armada entre 1871 y 1914- coincide con la formación de monopolios por acciones y un fortalecimiento del capital financiero: lo cual habilita un vuelco hacia la especulación de aquellos fondos que no encuentran oportunidades de inversión en la economía real; una especulación que hace estallar las principales bolsas del mundo entre 1890 y 1895. La crisis industrial y financiera afectó a la producción agraria y los principales países establecieron medidas proteccionistas, que irían cerrando una larga etapa de predominio del librecambio.

A su vez, la incorporación en la industria de maquinarias modernas que ahorraban tiempo de trabajo humano -siguiendo patrones de reconversión tecnológica salvaje, al desplazar trabajadores en vez de disminuir la jornada laboral- había ido generado en Europa, desde mediados del XIX, una inmensa masa de población sobrante cuya miseria les impedía transformarse en consumidores y será expulsada hacia las regiones de ultramar: ingleses e irlandeses principalmente a Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda; españoles, italianos y portugueses a Argentina o Brasil; además de la emigración vinculada con las persecuciones raciales o religiosas que se exacerban por la desocupación estructural, como rusos, polacos y más tarde armenios. Otros millones serán utilizados como carne de cañón en las guerras de conquista de nuevos territorios; y cabe recordar que en las zonas receptoras de esas migraciones se impulsaron genocidios de los pueblos originarios conocidos, entre otros, como conquista del oeste y conquista del desierto. (Hobsbawm, 1989; Birnie, 1965; Underwood, 1956)



En esa oportunidad, además de la expulsión o eliminación de población sobrante, la crisis fue remontada en un doble movimiento: por un lado, la incorporación a mayores niveles de consumo de las clases más humildes que permanecieron en las naciones centrales, junto a la construcción de viviendas sociales o de infraestructura y a la extensión de los sistemas educativos y de salud: es el ejemplo de la política en Alemania del Kaiser Guillermo II, quien tomará gran parte de las demandas del Partido Socialdemócrata. A partir de entonces, la Socialdemocracia se va deslizando desde sus posiciones revolucionarias orientadas por los pensadores marxistas de la época -Friedrich Engels, Rosa Luxemburg, Karl Liebnecht o Franz Mehring- hacia el evolucionismo de Eduard Bernstein y la aceptación de las conquistas coloniales. El otro movimiento simultáneo, fue la participación alemana en ese proceso de reparto del mundo: el mismo Guillermo II arenga a las tropas que en 1902 marchan a China hacia la Guerra de los Boxers, diciendo:”Compórtense de manera tal, que durante mil años ningún chino ose mirar a los ojos a un alemán”. La masacre de cinco millones de chinos en esa guerra, se suma a los otros millones de víctimas de la ocupación por parte de los demás centros imperiales -Inglaterra, Francia, Estados Unidos, Japón- desde la Guerra del Opio de 1848 hasta el triunfo de Mao Tse Tung en 1949. Situaciones similares se plantean en las demás regiones de Asia, África y América Latina: en 1913 las metrópolis imperial-capitalistas expoliaban bajo formas coloniales o neocoloniales al 84% de la población mundial y a los recursos estratégicos de sus territorios. (Ramos, 1952; Arnault, 1960; Argumedo, 1971)

El saqueo de riquezas de todo tipo, sumado a una explotación brutal de los pobladores en las zonas periféricas, brindaron al sistema imperial-capitalista los recursos necesarios para revertir la crisis e iniciar esa breve etapa de la “belle époque”, hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial. Como señala Eric Hobsbawm, en realidad esta guerra sería expresión de una pugna entre Alemania y Estados Unidos, con el fin de establecer cuál de esas dos potencias habría de reemplazar el predominio de Inglaterra y Francia. Por su parte, luego de la restauración Meiji de 1868, Japón intentará construir la Gran Asia Oriental, como núcleo imperial dispuesto a subordinar a los países de la región. Al terminar la Primera Guerra, infructuosamente se intenta consolidar un nuevo diseño del equilibrio de poder, imponiendo una tregua malograda por la crisis de 1930. La contrapartida de sufrimiento y dolor, los genocidios y matanzas contra los pueblos de ultramar, que fueran la condición para expropiarlos -contando con aliados o cómplices nativos- pueden llenar varios tomos del libro del horror. Lo cual reafirma que el capitalismo fue siempre un sistema imperial-capitalista, cuyos centros rectores tuvieron al despojo y a la explotación de las periferias, como condiciones esenciales de los procesos de acumulación y concentración del capital: desde la fase de acumulación primitiva en el siglo XVI, con el oro y la plata americanos junto al tráfico de esclavos africanos, hasta la globalización neoliberal de fines del siglo XX. (Hobsbawm, 1995)

-Ver texto entero.


Pensar América Latina desde la historia de los procesos revolucionarios en América Latina (1780-2010)

Por Omar Acha

Mi propuesta para esta mesa sobre “Los estados y los movimientos sociales” consiste en pensar una de las vertientes que histórica y sociológicamente emergieron en la construcción de un orden político latinoamericano. Se trata del tema de la revolución. Intentaré mostrar la relevancia de su concepto como articulador, no simplificador, de la dramática vida histórica de Nuestra América. Creo que es una de las posibles entradas a la reflexión sobre el “Bicentenario” que permea buena parte de los debates teóricos y políticos de hoy. Por eso llego hasta el “2010”. En efecto, el 2010 ya llegó como invocación bicentenaria, sobre la que nos debemos una discusión que entiende puede tener relevancia para una ocasión como la que reúne esta mesa con la presencia de Alcira Argumedo y Mabel Thwaites Rey. Adelanto que mi propuesta en inscribir el análisis de la revolución en “procesos revolucionarios”, a partir del cual es posible una periodización de las experiencias transformadoras latinoamericanas.
El concepto de “revolución” constituye un problema teórico de primer orden en el conocimiento social latinoamericano. Ciertamente, su uso como instrumento lingüístico implica una pertenencia cultural más amplia, que refiere a la modernidad, en cuya apertura teórico-nocional la revolución posee un lugar privilegiado debido a su relación con los cambios bruscos y profundos. En efecto, la revolución moderna supone el abandono de la convicción de Antiguo Régimen de un mundo inmutable, de un tiempo repetitivo, cíclico. El viraje semántico más importante que sufrió el concepto de revolución fue, justamente, el de abandonar lo cíclico (como en la revolución que aun se utiliza en astronomía) para dar paso a lo radicalmente nuevo. Por otra parte, en ese pasaje también se secularizó. Incluso si se acepta la intervención divina en una revolución (por ejemplo, al motivar la acción individual o colectiva por una creencia teológica), esta ocurre y afecta a los fenómenos humanos.
[1]
Se podrían ensayar numerosas definiciones de revolución. Sin duda siempre surgirían ausencias y simplificaciones. Por ejemplo, si consideramos la propuesta de Gianfranco Pasquino en la entrada para el concepto en el conocido diccionario de Bobbio-Matteucci, podemos leer que la revolución “es la tentativa acompañada del uso de la violencia de derribar a las autoridades políticas existentes y de sustituirlas con el fin de efectuar profundos cambios en las relaciones políticas, en el ordenamiento jurídico-constitucional y en la esfera socioeconómica”.
[2] La enunciación de Pasquino puede ser objetada por el sentido “desde arriba” que lo caracteriza, pero abre una mayor complejidad histórico-teórica al incluir a las tentativas revolucionarias como parte integrante de la definición. Veremos cuáles son los efectos interpretativos que esa caracterización tiene para la comprensión del fenómeno revolucionario.
En efecto, un problema analítico de primer orden consiste en diferencias los procesos revolucionarios de las revoluciones, que para ser tales deben ser exitosas, porque es lo que conduce a que se realicen las transformaciones “revolucionarias”. ¿Es una revolución un intento abortado de revolución? Algunas perspectivas, como la de Theda Skocpol sostienen que las revoluciones son las “exitosas transformaciones sociopolíticas”. Sin embargo, esa definición tiende a reducir la riqueza de la historia de las revoluciones.
[3]

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